Introducción
Mama tenía miedo.
Había descubierto que iba a morir. Son esas ironías de la vida, hizo todo para
sobrevivir y sin embargo le llego de manera temprana. Era una mujer que había
pasado su vida entera tratando de sobrepasar al destino. Curaciones mágicas, alimentación
saludable, salir a caminar todos los días, incluso era una precursora del
vegetarianismo del pueblo, tan de moda ahora. Sin embargo eso no alcanzo, un día
se levantó y supo que iba a morir.
Hacía meses que había
encontrado un bulto en su pecho, pero la enfermedad de su padre y los líos
familiares le habían hecho tomar la decisión de posponer su salud para más
adelante, para cuando no hubiese problemas, creo yo que para cuando no tuviese
miedo. Mi abuela le dijo que era una locura, que se hiciese tratar ya; yo que
hiciese lo que le naciera, pero con convicción. Nada peor que hacer algo
extremo cuando uno no está convencido. De Juan nunca supe nada, jamás me conto
que dijo él, ni siquiera sé si lo supo desde el principio. Yo sí, tuve miedo,
supongo que luego pasé por negación durante mucho tiempo, incluso hasta
avanzado el tratamiento. No sabía siquiera como llamarlo. Luego volví a tener
miedo. Y por último supe lo que iba a pasar y no quería estar ahí.
1
La vida de mama
no había sido fácil, para nada, y esta parecía ser una prueba más que el
destino le ponía enfrente. Con solo 28 años había quedado viuda, con dos pibes,
una inflación en el país que te mataba y dos locales que parecían se iban a ir
a pique. Papá no le había dado chance, era un número más de los que había
salido a la ruta y no había vuelto a casa. Ella tomo la mejor decisión que pudo
hallar, cerro todo, vendió todo y se puso a hacer lo que mejor sabía hacer, dar
clases de inglés.
De esa época
recuerdo bastante poco, pero nítido. Recuerdo que mamá me agarraba a mí, ponía
a Juan en el cochecito y nos llevaba a lo de la abuela Zulma para que nos cuide
mientras ella daba clases. A veces mi abuela o mi bisabuela Sara venían a
cuidarnos a casa. No recuerdo bien que hacia Juan, supongo que lo mismo que
todos los bebés. Si recuerdo bien que la abuela muchas veces me llevaba al Jardín
de Infantes, después me iba a buscar y me llevaba a su casa. La rutina era
simple, corría a saludar al abuelo a la ferretería que tenía junto a la casa y después
almorzábamos juntos, a veces estaba mamá, a veces mi tío tipos extraños si los
hay. Parece que lo estuviese viendo, el abuelo tomaba todos los días vino con
soda o gaseosa, no faltaba la ensalada de lechuga, tomate y cebolla, y el
pancito para mojar en el jugo de ensalada. “Eso es lo que más engorda", me
decía mi abuela, pero eso no hacía que fuera menos apetitoso comerlo. Todos los
días eran muy parecidos. Después el
abuelo se iba a dormir su siesta religiosa. Todavía puedo escuchar los
ronquidos. Nosotras cerrábamos la puerta y nos quedábamos en la cocina mirando tele,
o por ahí aprovechaba y me iba a jugar al patio. Siempre me gusto jugar sola.
Amaba los patios, hoy lo sigo haciendo, eran un mundo de posibilidades, podía
ser lo que quisiera: princesa, maestra, chef de un gran restaurant. Inventaba nombres
y lugares de fantasía, y me sumergía en ellos. La abuela hacia lo que todos los
grandes, lavaba los platos, ropa y a veces cosía.
Mientras tanto,
mamá trabajaba. Siempre trabajaba. No era una excusa, sus jornadas empezaban
muy temprano y a veces solían terminar muy tarde, diez u once de la noche.
Siempre agradecíamos que tuviera muchos alumnos y no debíamos que pedirle ayuda
a nadie. Mamá trabajaba mucho y no era una simple excusa. Recuerdo más de una
vez que alguna compañerita de la escuela me preguntaba si mi mama vendría a
verme actuar de tal o cual cosa, mi respuesta era siempre la misma: No, mamá
trabaja. Pero no me pesaba, para nada, porque mi mamá no era como el resto de
las mamás, la mía trabajaba y muchas de las mamás de esa época no lo hacían.
Los veranos eran
distintos. En el verano mama era nuestra, mía y de Juan. Nos levantaba muy
temprano, preparábamos todo y partíamos rumbo a la playa. Llevaba un bolso
enorme con lona, galletitas y juguetes. Caminábamos los tres, las quince
cuadras que nos separaban del mar y bajábamos por un médano enorme hasta llegar
cerca de la orilla. Le gustaba ir a donde no hubiese mucha gente, supongo que
porque buscaba silencio, relajarse de tantas voces del año. Muchas veces nos cruzábamos
con la abuela y la bisa cuando iban a caminar hasta la escollera, me cuenta mi
abuela que eso lo hacían todos los días, yo tengo mis dudas.
Las jornadas de
playa comenzaban con el armado del campamento. Desplegábamos la lona, desparramábamos
los juguetes y corríamos al agua. No importaba si estaba fría, había que darse
un chapuzón. A veces juagábamos en la orilla, otras volvíamos rápido cerca de
la lona, mientras mama leía o tomaba mate. Aun no concibo la imagen de mamá sin
un libro, además de trabajar, siempre leía mucho. Creo que de ahí saque mi amor
por los libros, pero no me quiero ir de tema.
Con Juan armábamos castillos y ciudades de
arena. En general yo los armaba, el hacía pistas de autos y después destruía
todo. Nunca logre hacer un castillo alto. Pero mamá, y la abuela, sabían hacer volcanes
a los cuales les prendían un papelito con fuego y dejaban salir el humo. Eran
la gloria en arena, y nosotros fascinados.
La vuelta era lo más
difícil. La emprendíamos cansados, con hambre y sin ganas de caminar. Por lo
general ya no quedaba agua y las quince cuadras se hacían eternas abajo del sol
del mediodía. La arena nos quemaba los pies y teníamos que subir por un
balneario, para lo cual teníamos que caminar al menos tres o cuatro cuadras de
más por la orilla. Ya había empezado la época en que se prevenía del sol por la
disminución de la capa de ozono y mamá no quería que pasáramos el mediodía en la playa. Las tardes
eran más tranquilas, jugábamos en casa, andábamos en bici o íbamos a visitar a
los abuelos. Los veranos eran los mejores.
2
Las noches en
casa eran divertidas, no eran convencionales. El “team”[1]
siempre tenía planes. A mamá le gustaba mucho la música, cosa que supo
trasmitirnos y muy bien. Cuando todo el mundo se iba a la cama, ella sacaba
discos y casettes, nos poníamos a bailar y cantar. Desde los valses de Strauss
hasta Sui Generis, desde Queen a Los redonditos de Ricota. El repertorio era
amplio. A mamá le gustaba cantar, y lo hacía bien, lástima que no todos la
escucharon. Yo siempre le decía que me aturdía, y ella se jactaba de que era
porque tenía una voz fuerte, que no
necesitaba micrófono. En sus últimos días casi no se escuchaba. A veces me
escucho dando clases, yo también soy profe, y la escucho en mí, aunque su voz era mucho más
fuerte, la mía no tanto.
Cuando terminaba
el karaoke, nos contaba historias de su niñez y adolescencia. Algunas historias
eran recurrentes. Siempre me contaba como había conocido a su mejor amiga:
Graciela es la
madrina de Juan. Mamá la conoció los primeros días de escuela, creo que de
primer grado. Estaban en el patio y nadie quería darle la mano porque tenía
verrugas, pero a mamá no le importo. Le dio la mano y no se la soltó nunca más.
También nos
contaba de sus novios, de cómo el primero había sido un vecino de enfrente con
el que salían a dar vueltas en bicicleta, pero al que jamás le dio ni un beso.
El segundo fue Armando, a ese si lo presento formalmente, era mecánico y le
gustaba correr picadas con los autos. Creo que parte del talento que mama tenía
para manejar se lo debía a él. Este pibe era algo así como un sex simbol del
momento, si mal o recuerdo mama se cansó y "lo pateo" por mujeriego.
Después hubo
algunos enamorados pero nada serio hasta papá. A él lo conoció cuando se mudó
frente a la cama de mis abuelos. Mamá era tímida, como no se animaba a
hablarle, lo espiaba desde la ventana con una cámara de fotos vieja al revés,
que agrandaba la imagen como una lupa (si nunca lo hicieron hagan la prueba).
Al tiempo, cuenta la leyenda, que una tarde mamá andaba por el parque con el
auto y se lo cruzo a papá en el suyo. Él se hizo el pistero y mamá le corrió
una picada[2],
la cual gano mamá claramente. A partir de ahí empezaron a noviar. A los dos años
se casaron, a los cuatro vine yo y pasados cuatro y medio más, Juan. Éramos la
familia tipo, o lo fuimos al menos por unos meses.
De papá recuerdo
algunas cosas, que era alto, putiaba mucho y de manera extraña (aporteñado), me
dejaba manejar el Torino en su falda para entrarlo al garaje, era medio bruto y
le gustaba el helado de menta granizada (otra de las cosas que bien heredé).
Tengo varios recuerdos o imágenes grabadas: una es un cumpleaños en que lo veo
soplar una velita sobre un kilo de helado de menta. También recuerdo algunos
viajes a Buenos Aires para comprar ropa en Once. Sus putiadas estrambóticas las
cuales también herede de alguna forma.
Nunca supe si
mama lo amo realmente. Creo que no, que le gustó mucho, pero nunca terminó de
congeniar demasiado. Me lo confeso algunas veces, sabía que se hubiesen separado
en breve, podían ser buenos amigos pero sexualmente no congeniaban. Yo creo que
a mamá le falto explorar más, pero eran otras épocas, era una ciudad chica, con
gente muy prejuiciosa y mamá era muy tímida, aunque también creo que tenía un poco de miedo del
“qué dirán”. Si de algo estoy segura es que mamá tuvo miedo muchas veces.
Me contó hace
poco mi abuela que en sus últimos días le confesó triste que nunca nadie la había
querido. Yo creo que en realidad nunca terminó de salir del capullo para
dejarse querer. Mamá era inocente y creía en los cuentos de hadas, creía que el
príncipe aparecería en su caballo blanco y se la llevaría al palacio, y eso no ocurrió.
3
Mamá tenía
talento para los idiomas. Lo descubrió después de que mi abuela la obligara a
estudiar inglés de niña. Hubo un punto en donde lo sintió como un desafío y fue
en busca de más, hasta llegar a ser la mejor. No lo digo porque sea mi mamá,
pero no solo era su conocimiento del idioma, sino la manera que tenía de
trasmitirlo. Con ella hasta el más duro para el estudio podía aprender,
escribir y hablar inglés. Por otro lado, tenía un ángel particular para los
chicos, todos se sentían en plena confianza con ella, le contaban sus vidas,
sus sueños, y la querían por eso. Increíblemente el velorio de mamá tuvo más
público adolescente e incipientes jóvenes, que adultos y viejas chusmas.
Además de tomar
clases de inglés, su gran formación la hizo de manera bastante autodidacta. Así
rindió los exámenes mas importantes. Así
también aprendió portugués y continúo con el francés después del secundario. Así
estudió un montón de cosas, tenía en su cabeza la cura para todos los males, el
consejo más sabio.
En su haber dio
clases desde a niños que no sabían leer hasta adultos muy adultos. Dio francés
y castellano. Dio castellano para personas de habla inglesa. Dio ingles técnico
para ingresos a la universidad. Dio inglés para viajar a Estados Unidos, a
Inglaterra, a Irlanda, a Escocia, a Canadá, a Australia y a Nueva Zelanda. Dio inglés
para rendir sus respectivos exámenes. Dio ingles a azafatas, ingenieros,
estudiantes, masajistas, acompañantes terapéuticos, oftalmólogos, arqueólogos,
bailarinas amigas, otras madres y amas de casa. Dio cursos de otras cosas que había
estudiado: yoga, terapias florales, francés, dibujo. Enseño no solo contenidos,
sino modos de vida, cosmovisiones completas. Enseñó a curar heridas, a avanzar, a ser fuerte, a
perseguir los sueños y a buscar la felicidad. Nos enseñó.
4
Mamá fue una
madre niña. Una niña criando niños, y lo hizo de la única manera que podía,
jugando. Una vez me dijo que habíamos tenido una madre bastante autoritaria, yo
la escuchaba con un dejo de sorpresa. Que siempre habíamos hecho lo que ella quería,
bajo sus reglas. Mis recuerdos son muy distintos. Yo siempre sentí que para
ella la crianza era un juego consensuado. Todo se charlaba, se consultaba y se discutía
en grupo; una compra, una decisión crucial, una salida y hasta el pago de los impuestos
se debatían entre los tres. Y si no se debatían, al menos nos avisaba que se venían
tiempos duros y nosotros nos ajustábamos. No voy a mentir, mamá siempre tenía
la última palabra, pero también había aprendido a confiar en nosotros y de a
poco dejo los miedos de madre de lado y nos permitía volar de ratos.
Yo volé un poco más
lejos cuando decidí mudarme de ciudad. Ella asintió, lo meditó, lo aceptó y me
deseo toda la felicidad.
Juan siempre fue más
pollerudo, él se quedó con mamá, le gustaba la ciudad y no pensaba irse hasta
que fuese necesario. Juan la acompaño hasta último momento.
A mamá le gustaba
jugar, le gustaban los juguetes, los lápices de colores, los libros, salir a
explorar, comer golosinas, tomar helados, los stickers. Le gustaba pasar tiempo
con nosotros.
De chicos, para
que Juan hiciese cosas de hombres
agarraba la pelota y nos íbamos a pelotear al parque. Pasábamos horas
"jugando al futbol". Otras veces, cargábamos las mochilas y nos íbamos
a explorar por el bosque, entre los árboles, recolectábamos muestras, e improvisábamos
un picnic en algún claro.
En invierno nos guardábamos
en casa o íbamos a molestar a lo de los abuelos. Merienda y pelis era el plan
ideal.
Así pasábamos los
veranos o los fines de semana.
5
De más grande la
afinidad no cesó. Siempre digo lo mismo, lo que la adolescencia me alejó de mi
mamá (“alejó” es una manera de decir que comencé a ser más reservada), la
adultez me lo devolvió con creces. Empecé a compartir salidas, charlas,
confesiones y aprendizajes. Pese a la distancia, éramos confidentes; las dos
esperábamos esos pocos días juntas para hacer y decir lo reprimido por meses.
Mamá siempre me esperaba. Me esperó.
Con Juan era
distinto porque él estaba ahí todo el tiempo, y creo yo que porque es hombre y
siempre fue un poco celoso de todo lo que no tuviese que ver con él, pero
tratábamos de no hacerle mucho caso. Aunque mamá se desvivía por él y siempre
estaba al pie del cañón. Cuando dije que Juan era más pollerudo, quise decir
que él siempre necesito de mamá más que yo para muchas cosas. Para el colegio,
para acompañarlo, para sufrir por amor. El siempre necesito que mamá lo
escuche, y descargarse con ella por la vida que le había tocado, no a modo
reclamo aunque a veces sonara así, sino en busca de esa empatía que te hace
sentir que no estás solo en la lucha. Juan la acompaño el último tramo hasta
las lágrimas. Creo que él nunca va a entender porque no estaba yo también ahí,
porque volví casi al límite. Fue porque mamá así lo quiso.
Mamá tenía miedo
y lo sabíamos. Por ahí tardo mucho en tomar resoluciones, por ahí hubiese sido
lo mismo. Cuando uno vive bajo sus propias reglas, bajo una cosmovisión
distinta al común de la gente es muy difícil que te entiendan bajo que términos
tomas decisiones. Ella las tomo, con miedo, y con más miedo, las deshizo para
entregarse al tratamiento tradicional. El miedo los dolores de la quimioterapia
y la desazón que produce la caída del pelo la había hecho negarse a todo eso
desde el momento en que tuvo la seguridad de lo que tenía. Y sin embargo,
cuando supo que iba a morir se entregó a los médicos. Aunque ya sabía que
moriría de todas maneras.
Se deprimió, lo
negó y lo asumió para ponerle toda la
garra que uno le puede poner. Se llenó y nos llenó de esperanza. Nos hizo
acompañarla de una manera única, bajo un manto de fé que bajo otras
circunstancias no hubiésemos soportado. Nos hizo a su gusto, nos moldeo, nos
resolvió (o intentó resolver) la vida a cada uno de sus seres amados. Nos dejó
conocimiento, herramientas, valores y recuerdos. Nos enseñó y nos cuidó hasta
que ya no tuvo fuerzas, hasta que el cuerpo le dijo basta, aunque no así su
mente.
Mamá sabía que
iba a morir y se negó a hacerlo hasta último momento, hasta dejarnos ordenados,
hasta que estuviésemos juntos. Me encomendó la tarea de saberlo yo primera, de
acompañarla en vigilia su último tramo, de lavarle los pies, de hacerle mimos,
de alimentarla y contarle historias. No voy a decir que le cerré los ojos,
porque ya los tenía cerrados, ya estaba descansando, ya había dejado su legado
en buenas manos. Las nuestras.
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